jueves, 15 de marzo de 2012

El baño



Escucho el timbre de la entrada, me seco las manos después de comprobar la temperatura del agua y enciendo rápidamente las velas. Abro con decisión la puerta y te invito a pasar con una sonrisa mientras cargo con tu maleta. Después del abrazo, observo en tu semblante las señales de tus agotadores alumnos y del largo viaje en automóvil. Te acompaño al baño entre besos y risas, tu mirada al entrar es de sorpresa y agradecimiento, cierro la puerta al salir para que te pongas cómoda en la intimidad, mientas busco el CD de Ralph Vaughan Williams y dejo los violines de The Lark Ascending volar por toda la casa.
Levanto la vista del libro, miro la hora y me dirijo en silencio hacia el baño. Al abrir la puerta la visión me emociona, las tenues luces de las velas que se reflejan en el espejo empañado, iluminan los matices de tu cabello, que cuelga por el exterior de la bañera, el perfume de las sales de baño te envuelven, la paz se puede tocar.
Te devuelvo a la consciencia con un beso en la frente, mientras sujeto la suave toalla, al verme, te levantas con pausada elegancia, acompañada por el sonido de las gotas al caer, te quito con delicadeza algunos pétalos de rosa adheridos a tu piel.
Seco tu cuerpo con delicadeza, estamos en silencio, hablando con la mirada, entretanto recorro tu belleza y me enciendo por dentro. Te pones el albornoz con un movimiento felino y me sonríes mientras haces una trenza en tu melena. Al salir del baño sorprendida al ver la habitación, te das la vuelta y me miras de forma picarona, me acaricias el mentón, te despojas del albornoz y te tiendes en la cama bocabajo.
Sobre la cama, un masajeador de bolas y una bandeja de aceites, repartidas estratégicamente velas perfumadas por todo el cuarto. La persiana bajada, las velas y los violines dan a la habitación un aspecto de templo donde la divinidad a la que adorar eres tú.

Froto mis manos para calentarlas y las unto de aceite de azahar que me parece sedante, calmante y afrodisíaco. Lo aplico suavemente y me siento libre para frotar el aceite por la espalda, los brazos, las piernas, las nalgas, el pecho y el cuello. Todas mis terminaciones nerviosas acarician tu cuerpo, mi fuego interior aumenta al son de tus diminutos gemidos. Con las yemas de mis dedos separados rastrillo tu piel con líneas ondulantes alrededor de tus pechos como en un jardín zen , sería una visión para la meditación, sino fuera por la alta carga de sensualidad que tiene. Voy bajando la intensidad del masaje adaptándolo a tu respiración que cada vez es más sosegada.
Levanto las manos las manos, al sorprenderme tu idilio con el dios Morfeo, me levanto con suavidad y te tapo con la sabana. Te vuelvo a mirar ya desde la puerta antes de apagar las velas y tengo la tentación de despertarte… estás tan bella.

Me bebo las ganas con una copa de vino blanco, mientras busco separador del libro. Niego con la cabeza en silencio y con una sonrisa, maldiciendo mi suerte, pero con la absoluta convicción que mañana será un gran día.

Arrecife de coral



Recuerdo el día que salí con mis amigos fuera de nuestro habitad natural y te conocí. Como un submarinista me sumergí en un entorno desconocido para mi, estuve flotando entre tu mundo y el mío con las limitaciones propias de la apnea. Cuando ya nos íbamos te vi, maravillosa, bella, como un arrecife de coral, los rayos del sol te iluminaban, la belleza de tus colores era hipnótica, llenaba los pulmones y bajaba rápidamente, me mezclaba con cromáticos peces que te rendían pleitesía, las anémonas que estaban contigo se contoneaban a merced de las corrientes, las esponjas de distintos tamaños te adornaban. Todo era un sueño, frustrado por la brevedad de mis encuentros decidí volver con mis amigos, para contarles mi experiencia. Todos sonreían y coincidían en que estabas fuera de mi alcance, molesto por sus comentarios decidí ignorarlos y buscar el medio de estar contigo. A los pocos días invite a mi mejor amigo a que me ayudara en la que ya era mi obsesión, cuando vio el precio de lo que iba hacer, se negó por completo e intento disuadirme, pero mi respuesta fue el desprecio y la irá.

Gasté hasta lo que no tenía, para hacerme con un equipo que me llevara a ella de nuevo, navegué con mi nueva barca de nuevo al arrecife, que seguía sobresaliendo del fondo majestuoso haciendo sombra a otras estructuras que había alrededor. Comprobé las botellas y me sumergí a su encuentro seguro de mí, recorrí con mimo sus colores, su exuberancia y sus encantos, seguía buceando, pero no veía su interior, solo los bonitos brillos de su superficialidad, angustiado por el revés, decidí un contacto físico. En ese momento sentí el ataque de todos sus lacayos, morenas, crustáceos hasta tortugas, se arremolinaban ante mí sentí el dolor de sus risas y bromas, cuando me disponía a salir hacia la superficie. Pero no tenías bastante, necesitabas hacerme más daño, así que ayudada por las corrientes marinas, me succionaste hacia ti, en ese momento pude notar tu interior, bajo tus colores y esponjas, ahí estabas.

Estructura pétrea cortante de infinitas formas envuelta por la amorfa regularidad del océano, rasgabas mi barca a tu antojo, detrás del remolino de pedazos pude ver claramente las estructuras del fondo que estaban a tu alrededor. Naufragios anteriores con un manto de sedimentos de burla y olvido.
Subí a la superficie sujeto a un pedazo de la autoestima que aun me quedaba y quede a la deriva, con la humillación del que se siente idiota. No se el tiempo que pasó hasta que mi amigo salió en mi búsqueda, cuando me recogió en mi mirada se leía, lo siento, tenías razón, en la suya yo buscaba: te lo dije, pero encontré la de; amigo, vamos a casa.

Ha pasado mucho tiempo y ya recuperado de las heridas, he vuelto salir en muchas ocasiones de mi habitad natural, con maravillosas experiencias.

Un amigo me contó que la belleza superficial del arrecife fue destrozada por un buque que navega lento, constante e inexorable, que se llama edad.

No superó el dejar de ser la reina del atolón, su recuerdo aun me estremece y me entristece su final, si bien me hizo daño, hace mucho aprendí que fui mucho más afortunado, tengo amigos en vez de lacayos.

El rayo verde



Cansado de varios días de fiesta en la isla, hoy me he desmarcado de mis amigos y he decidido conocer el lado tranquilo de Ibiza. Me quito el casco que esta ardiendo por el sol de media tarde, busco monedas en el bolsillo, mientras entro a la caja de la gasolinera, mi motocicleta alquilada esta tan seca como yo.
Me recibe una hermosa sonrisa, que hace aflorar mi torpeza al derribar el soporte de las postales, ella se acerca ayudarme a recogerlas, mientras me disculpo, le pregunto alguna playa que se vea bien el atardecer, amablemente me indica una cala muy tranquila mientras cojo un refresco de la nevera. Me despido también con agradecimiento y le sonrío con la esperanza de encontrármela allí, por que ahora sabía que ella la frecuentaba cuando acababa su turno.
Después de visitar todos los sitios más bonitos que indicaba el plano me dieron en el hotel, me dirijo a Cala Conta, la playa está rodeada por dos laterales rocosos y al final ofrece, como un regalo extra, una pequeña cala a la que se puede acceder por unos escalones excavados en la roca. Aparco en una explanada justo antes de bajar a las calas, el inconveniente es que en verano está bastante llena, en la zona hay muchas urbanizaciones, aun así cabemos todos. El sol ya esta tomando un rojizo espectacular, me situó estratégicamente, para ver si reconozco la bella sonrisa que me indicó este precioso lugar.
Cuando ya lo daba por imposible, note unos golpecitos en mi hombro. Allí estaba ella, despojada de su uniforme de trabajo, con el típico vestido blanco Ibicenco, pelo suelto al viento y con la misma maravillosa sonrisa. Nos acomodamos sobre la arena que contrastaba con sus aguas increíblemente transparentes. Tras presentarnos formalmente, cogió mi brazo y empezó a contarme leyenda del rayo verde, hecho natural producido por el la puesta de sol en un horizonte entre el mar con un cielo sin limpio y sin nubes. Es complicado de ver porque sólo aparece en el momento justo en que el sol desaparece en el horizonte. Podía verse, por aquellas personas que estaban verdaderamente enamoradas. Otra variante es que si dos personas contemplan este rayo a la vez, se enamoran al instante la una de la otra. Le miré, le sonreí y le ofrecí mi mano abierta, ella aceptó inmediatamente.
Observamos la maravillosa imagen, el mar mediterráneo en calma lucia sus mejores galas en un color añil que contrataba con el naranja perlado del cielo, apreté la mano de mi acompañante y el tiempo se detuvo por unos instantes al mirar atónito un pequeño destello paralelo al horizonte de color amarillo y verde. Cuando desapareció se oyó los gritos eufóricos de alguno de los presentes, que me hicieron volver a la realidad. Me giré suspirando hacia ella, dando por hecho que estaría acostumbrada a este espectáculo, cuando vi sus ojos brillantes apunto de llorar. Me comentó con asombro que hacía tres veranos que trabajaba en la isla, que acudía casi todos los días al atardecer y que hasta hoy nunca lo había visto. No sé quien de los dos estaba más emocionado, la brisa marina nos envolvía y rumor que producía la gente al marcharse, nos invitaba a irnos.
Fuimos hacia donde tenía la motocicleta en silencio, le pregunte si tenia hambre y si conocía algún sitio para cenar, ella volvió a sonreír, la luna se reflejaba en sus dientes.
Era un chiringuito frecuentado por gente de la zona y muy pocos turistas, sin grades lujos, pero con un pescado fresco excepcional, el vino blanco frió y la maravillosa compañía hacia que me preguntará si la ambrosia de los dioses del Olimpo tendría este sabor. Pasamos la cena entre las risas y las caricias románticas de nuestras manos, solo roto el encanto por las llamadas de teléfono de mis amigos, recordándome que al día siguiente regresábamos. Después de la cena la lleve a su casa, que compartía con más gente a por algo de abrigo y decidimos ir a dar un paseo por la playa.
Caminado juntos por la orilla, el reflejo de la luna ondúlate, nos acompañaba, buscamos el refugio de una pequeña barca donde nos despojamos de la ropa y nos cubrimos con el deseo de una noche de verano, recorrí su cuerpo con mis labios y sus gemidos los ahogaba el rumor de las olas. Extasiados por una noche de lujuria, abrazados por el fresco y a medio vestir, vimos los primeros rayos del sol que salía por la pequeña montaña de nuestra espalada.
La despedida bajo su casa fue en silencio, todo lo que dijéramos sería una mala descripción de los momentos vividos, nos abrazamos, besamos y despedimos con los ojos rojos del sueño, pero sobre todo de la emoción. Cuando cerró la puerta solo me quedó de ella su recuerdo y un pequeño papel con su número de teléfono. Me coloqué el casco sobre mi cabello lleno de arena, volví al hotel y a la realidad.
Salgo del aparcamiento del aeropuerto con mi coche, que esta tan seco como yo, así que voy a una gasolinera, entro a la caja y veo el mismo uniforme, pero un hombre de media edad y cara de pocos amigos me atiende, al pagarle veo horrorizado que he perdido el pequeño papel. Sigo mi camino recordando cada detalle del día anterior y preguntándome si es leyenda o fenómeno de la refracción lo que producía un efecto óptico.
Sea lo que sea lo experimentado ese día, sé qué la madre naturaleza adornó la belleza de mujer, con el destello de un rayo verde.