jueves, 15 de marzo de 2012

El rayo verde



Cansado de varios días de fiesta en la isla, hoy me he desmarcado de mis amigos y he decidido conocer el lado tranquilo de Ibiza. Me quito el casco que esta ardiendo por el sol de media tarde, busco monedas en el bolsillo, mientras entro a la caja de la gasolinera, mi motocicleta alquilada esta tan seca como yo.
Me recibe una hermosa sonrisa, que hace aflorar mi torpeza al derribar el soporte de las postales, ella se acerca ayudarme a recogerlas, mientras me disculpo, le pregunto alguna playa que se vea bien el atardecer, amablemente me indica una cala muy tranquila mientras cojo un refresco de la nevera. Me despido también con agradecimiento y le sonrío con la esperanza de encontrármela allí, por que ahora sabía que ella la frecuentaba cuando acababa su turno.
Después de visitar todos los sitios más bonitos que indicaba el plano me dieron en el hotel, me dirijo a Cala Conta, la playa está rodeada por dos laterales rocosos y al final ofrece, como un regalo extra, una pequeña cala a la que se puede acceder por unos escalones excavados en la roca. Aparco en una explanada justo antes de bajar a las calas, el inconveniente es que en verano está bastante llena, en la zona hay muchas urbanizaciones, aun así cabemos todos. El sol ya esta tomando un rojizo espectacular, me situó estratégicamente, para ver si reconozco la bella sonrisa que me indicó este precioso lugar.
Cuando ya lo daba por imposible, note unos golpecitos en mi hombro. Allí estaba ella, despojada de su uniforme de trabajo, con el típico vestido blanco Ibicenco, pelo suelto al viento y con la misma maravillosa sonrisa. Nos acomodamos sobre la arena que contrastaba con sus aguas increíblemente transparentes. Tras presentarnos formalmente, cogió mi brazo y empezó a contarme leyenda del rayo verde, hecho natural producido por el la puesta de sol en un horizonte entre el mar con un cielo sin limpio y sin nubes. Es complicado de ver porque sólo aparece en el momento justo en que el sol desaparece en el horizonte. Podía verse, por aquellas personas que estaban verdaderamente enamoradas. Otra variante es que si dos personas contemplan este rayo a la vez, se enamoran al instante la una de la otra. Le miré, le sonreí y le ofrecí mi mano abierta, ella aceptó inmediatamente.
Observamos la maravillosa imagen, el mar mediterráneo en calma lucia sus mejores galas en un color añil que contrataba con el naranja perlado del cielo, apreté la mano de mi acompañante y el tiempo se detuvo por unos instantes al mirar atónito un pequeño destello paralelo al horizonte de color amarillo y verde. Cuando desapareció se oyó los gritos eufóricos de alguno de los presentes, que me hicieron volver a la realidad. Me giré suspirando hacia ella, dando por hecho que estaría acostumbrada a este espectáculo, cuando vi sus ojos brillantes apunto de llorar. Me comentó con asombro que hacía tres veranos que trabajaba en la isla, que acudía casi todos los días al atardecer y que hasta hoy nunca lo había visto. No sé quien de los dos estaba más emocionado, la brisa marina nos envolvía y rumor que producía la gente al marcharse, nos invitaba a irnos.
Fuimos hacia donde tenía la motocicleta en silencio, le pregunte si tenia hambre y si conocía algún sitio para cenar, ella volvió a sonreír, la luna se reflejaba en sus dientes.
Era un chiringuito frecuentado por gente de la zona y muy pocos turistas, sin grades lujos, pero con un pescado fresco excepcional, el vino blanco frió y la maravillosa compañía hacia que me preguntará si la ambrosia de los dioses del Olimpo tendría este sabor. Pasamos la cena entre las risas y las caricias románticas de nuestras manos, solo roto el encanto por las llamadas de teléfono de mis amigos, recordándome que al día siguiente regresábamos. Después de la cena la lleve a su casa, que compartía con más gente a por algo de abrigo y decidimos ir a dar un paseo por la playa.
Caminado juntos por la orilla, el reflejo de la luna ondúlate, nos acompañaba, buscamos el refugio de una pequeña barca donde nos despojamos de la ropa y nos cubrimos con el deseo de una noche de verano, recorrí su cuerpo con mis labios y sus gemidos los ahogaba el rumor de las olas. Extasiados por una noche de lujuria, abrazados por el fresco y a medio vestir, vimos los primeros rayos del sol que salía por la pequeña montaña de nuestra espalada.
La despedida bajo su casa fue en silencio, todo lo que dijéramos sería una mala descripción de los momentos vividos, nos abrazamos, besamos y despedimos con los ojos rojos del sueño, pero sobre todo de la emoción. Cuando cerró la puerta solo me quedó de ella su recuerdo y un pequeño papel con su número de teléfono. Me coloqué el casco sobre mi cabello lleno de arena, volví al hotel y a la realidad.
Salgo del aparcamiento del aeropuerto con mi coche, que esta tan seco como yo, así que voy a una gasolinera, entro a la caja y veo el mismo uniforme, pero un hombre de media edad y cara de pocos amigos me atiende, al pagarle veo horrorizado que he perdido el pequeño papel. Sigo mi camino recordando cada detalle del día anterior y preguntándome si es leyenda o fenómeno de la refracción lo que producía un efecto óptico.
Sea lo que sea lo experimentado ese día, sé qué la madre naturaleza adornó la belleza de mujer, con el destello de un rayo verde.

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