jueves, 16 de junio de 2011

vinum divinus



Hoy no ha sido un buen día, pero he terminado pronto y como siempre cuando estoy saturado recurro a la paz del Jardín, hoy me he decidido por el de Monforte, pequeño, acogedor y unos de los mejores cuidados de mi ciudad. Aun me quedan unas horas de sol y las aprovecho al máximo, con los ojos cerrados y sentado cerca de la rosaleda, escucho pronunciar mi nombre con sorpresa. Abro los ojos y veo una familia, lo cual me desconcierta, me fijo en la mujer que sonríe y se inclina hacia mí. Sus ojos me devuelven a mi adolescencia, es Carolina, hace más de 25 años que no la veía, mi sonrisa es sincera. Después de presentarme a toda la familia y dialogar un rato con las típicas frases de protocolo, nos despedimos muy cortésmente, la ultima en hacerlo es ella, nos acercamos para darnos dos besos en las mejillas, mientras el resto de familia ya partía y me susurra al oído

- Me he alegrado un montón de verte ¿sabes? Eres como el buen vino, con la edad aun estas mejor.

Tras mi carcajada de agradecimiento, la veo alejarse con elegantes movimientos. Su cuerpo ha cambiado, pero su mirada y su sonrisa… Diossss … cuantas noches en vela me hicieron pasar hace años, sigue siendo una mujer bellísima.
Vuelvo a sentarme al sol, pero ahora con una sonrisa, repaso mentalmente el encuentro y llego a la conclusión de que el símil del vino es cierto, no por vanidad, sino por que me encuentro así, todos somos vinos.

Aun recuerdo las gotas de roció sobre mí en los amaneceres de finales del verano y el día de vendimia, como con delicadeza me alejaron de lo que hasta entonces fue mi casa. Nunca olvidaré la presión de la prensa y el dolor al despojarme de la armadura que me oprimía. Todo cambió al notar que fluía libre como un mosto joven, como todos tuve que pasar por varios procesos de fermentación, en mi interior la dulzura del azúcar de la inocencia, se convertía lentamente en alcohol de la responsabilidad. Tras el trasiego, comencé el periodo de crianza, asimilando los matices del roble, así como los de la vida. Ahora ya convertido en un Gran Reserva y una vez embotellado en lo que hoy mi personalidad, espero que alguien me descorche con ilusión, me deje airear con paciencia. Que observe el color de las lágrimas que dejo en la copa, que huela mi perfume y que finalmente me pruebe con un pequeño sorbo y me deje acariciar toda su boca.

Ya mucho más relajado con el paso de las horas rodeado de armonía, me levanto del banco con decisión por que ya refresca bastante y ya sabéis que el cambio de temperatura el malísima para el vino, así que me retiro hacia mi bodega… por cierto ¿te gustaría brindar conmigo?

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