jueves, 9 de junio de 2011

La butaca


Salgo de mi habitación esquivando su maleta de fin de semana, hoy hemos decidido no salir, será un sábado de descanso, entro al salón y ella estaba de pie junto a mis estantes, a mis libros, a mis tesoros. Al oírme entrar se gira con una sonrisa cautivadora.

- ¿me dejas este libro? Me han dicho que esta muy bien.

- Si claro, a mí me encantó, léete el prólogo, yo mientras voy a escuchar un poco de música

Sin dudarlo lo coge y veo sorprendido que se sienta en mi butaca de lectura, pienso abatido que se ha profanado mi trono. Es de piel, negro, compañera de decenas de aventuras, ya un poco desgastada los apoya brazos por el paso del tiempo, el respaldo se ha convertido en el negativo de mi espalda, encajamos perfectamente. Busco refugio en el sofá de tres plazas al fondo del salón, me descalzo y me estiro en él, escudriño la música en el MP4, me pongo los auriculares y los violines del invierno de Vivaldi, como siempre me erizan el bello, inspiro profundamente con los ojos cerrados y al exhalar dirijo la mirada hacia ella.
Bella usurpadora de mi rincón, la miro detenidamente mientras ella esta sumergida en el libro, me llama la atención lo grande que se ve la butaca con ella sentada allí, el color borgoña la rodea y le hace destacar aun más. Sentada como una contorsionista en una posición imposible para mí, tiene la barbilla apoyada en la rodilla que la rodean los brazos que sujetan delicadamente el libro, el sol de media tarde entra por la ventana y convierte en oro su cabello, sus rizos se precipitan por su cara brillantes como la miel, el tirante de la camiseta se balancea en el antebrazo al resbalar de su hombro, su holgado pantalón corto deja escapar sus largas piernas que se retuercen como la hiedra, sus delicados dedos se mueven como alas de mariposa cuando pasa la pagina.
Estoy ensimismado observándola y decido cambiar la banda sonora del espectáculo que estoy viendo, vuelvo a pelearme con los diminutos botones y empiezo la búsqueda. Ya la tengo, cojo un almohadón y me acomodo mientras entra suavemente las primeras notas del piano. Me imagino que cuando Beethoven pensó en Claro de Luna, estaría tan extasiado como lo estoy yo ahora. Es uno de esos momentos que se saborean hasta el más mínimo detalle, soy consciente de la exquisita carga erótica provocada por tanta belleza. El último acorde de piano coincide con el movimiento de su cara, me observa y sonríe.

- ¿Qué miras? Me dice con dulzura y sorpresa mientras se ruboriza

- A ti, le contesto mientras salgo de mi estado catatónico

Me levanto y me dirijo hacia mi rincón, ella sigue mi movimiento con una mirada picara, cuando me encuentro con ella, le desplazo el cabello y le beso el cuello, ella se estremece y retuerce por las cosquillas que le produzco. Salta con la agilidad felina a mi espalda y cargado con ella como un caballo, me dirijo hacia la habitación.

- ¿Qué estabas escuchando, tan calladito?

- Beethoven, Claro de Luna

- Uyyy muy lenta, para ir ahora a la cama ¿vas a poner
música clásica?

- Si, pero el Bolero de Ravel, que tiene un ritmo, con una melodía obsesiva que va in crescendo, ahora mismo no se me ocurre ninguna mejor para hechizarte. Suelta una carcajada y acto seguido me mordisquea el lóbulo de la oreja.

Mientras nos dirigimos desde mi trono hasta mi santuario, no dejo de pensar lo afortunado que soy, y aun algo mejor, que me doy cuenta de ello. Casi nunca saboreamos el misticismo de los preámbulos, para mi es tan placentero o mas que el sexo.

Si la vida no se contara por años, sino por momentos que de verdad, nos sentimos vivos, yo ya sería octogenario. Tengo la gran suerte de disfrutar con los matices y la plasticidad que nos ofrece continuamente la vida.

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