miércoles, 18 de mayo de 2011

La mirada


No hay nada peor que un Agosto caluroso, bueno sí el mío, un Agosto tórrido y trabajando. Salgo de una reunión, frustrado por el resultado.
Voy en el coche con el climatizador a tope, repasando mentalmente a los problemas que me enfrento, noto sensación de ahogo y se me humedecen los ojos, estoy colapsado, no pienso con claridad, tengo que relajarme, decido aparcar y tomar algún refrigerio en una terraza.

Lo bueno de las vacaciones es que puedes estacionar sin problemas y paro cerca de una de las muchas que hay en el centro histórico de mi ciudad.
Corre una leve brisa bajo la sombrilla cuando me siento, miro a mí alrededor buscando al camarero y sonrió al ver el resto de clientes, todos turistas extranjeros con la tez roja como un tomate por el sol. Noto la sensación placentera del líquido frió por mi garganta, la risa nerviosa de un niño me hace girar la cabeza, ahí estaba ella. El hombre absorto leyendo una guía turística de la catedral, el niño abducido con los extraterrestres de su consola y ella majestuosa, con la mirada perdida como el naufrago mira el horizonte buscando que lo salven. Corrijo mi posición en la silla, para no perderme un detalle.
Tiene el cabello rojizo, la trenza que asoma en por su espalda, es como un río de lava que mana de su candente interior, las diminutas pecas de su rostro tienen la armonía de la vía Láctea, el verde esmeralda de su mirada resalta de su pálida piel, vestida con una camiseta de tirantes blanca, deja al descubierto su maravilloso y extraordinario cuello, me recuerda al de la escultura de Nefertiti, reina egipcia de hace casi 3.500 años.
Una descarga eléctrica recorre mi cuerpo cuando cruzamos las miradas, me armo de valor para no desviar la mía, el nerviosismo se transforma en placer al ver sus ojos clavados en los míos y acompañados de una leve sonrisa. Todo desparece menos ella, no hay calor, ni ruido, ni problemas. Estamos ensimismados mirándonos adornando el momento con pequeños gestos casi imperceptibles al resto del mundo, cuando se humedece los labios, cuando acaricia su hombro, cuando cambia el ángulo de su cabeza sin perder el contacto visual, todo es sensualidad. Pierdo la noción del tiempo, veo asombrado la erección de sus pezones tras la camiseta blanca, al ver como paso mi dedo por el hoyuelo de mi mentón, todo es una mezcolanza de sensaciones, de complicidad, no necesitamos tocarnos para amarnos. Las palmaditas que le da en niño en el brazo, para mostrarle la puntuación del juego, nos devuelve a la realidad, la voz ronca del hombre pidiendo la cuenta, acaba con mis últimas esperanzas.
Los veo alejarse, el vació que siento solo es comparable a la dureza del sol a medio día, como a cámara lenta, ella gira la cabeza hacia mi y me regala la ultima sonrisa y vocaliza un “gracias” en silencio. Siguen andando cogidos de las manos, el niño refunfuñando, el hombre con el brazo levantado, explicando la arquitectura de la catedral y ella, ella más sola que nunca.
Conectamos sin quererlo, sin buscarlo, la diosa fortuna hay días que es generosa, nos dimos lo que queríamos, lo que necesitábamos, ilusión, un soplo de aire fresco.
Todos tenemos nuestras vidas, con frustraciones, rutinas, problemas, en mayor o menos medida, con solo un soplo de ilusión da gusto poder vivirla.

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