jueves, 20 de octubre de 2011

Angelita



Como todas las mañanas la señora Angelita , así es como la llamaban sus vecinos desde que se fue a vivir a ese bloque ya hacía unos años, llego a parque, con su caminar pausado con ayuda de su bastón. Le gustaba ver a los niños jugar, reírse ajenos a los problemas del mundo, aun sentía envidia del brillo en la mirada del las madres cuando observaban a sus hijos, ella nunca pudo experimentar esa sensación.
Miró a lo lejos y vio vacío el banco de madera donde le gustaba sentarse, e intento sin éxito acelerar el paso al ver que un grupo de jóvenes se dirigía a él, la suerte fue generosa con ella y las tres chicas se sentaron en el césped cerca del banco. Al llegar logró acomodarse con dificultad, se sentía agotada y la faltaba el aire, pero era su reto diario y no estaba dispuesta a renunciar a esos rayos de sol y esa alegría que reinaba en el parque. Ya repuesta se dedico a lo que más le gustaba, observar, hoy era su día de suerte, el grupo de chicas estaban cerca, las podía ver con claridad y lo mejor de todo escuchar lo que decían.
Después de unos minutos absorta en la conversación, exclamo para su interior… Dios mío, si no saben ni hablar…. El argot callejero que empleaban y la incapacidad que tenían de estructurar una frase entera, le horrorizaba. El diálogo era de chicos, de fiestas, se cortaban la conversación unas a otras a cada cual decía más disparates, exageraciones y mentiras para hacerse las estrellas del grupo, llegó hasta tal punto el absurdo que Angelita soltó una enorme carcajada, no se podía reprimir, reía como hacía muchos años que no lo hacía.
Mientras rebuscaba en el bolsillo un pañuelo para secarse las lágrimas aun con la sonrisa en los labios, las jóvenes indignadas se alejaron mientras le regalaban improperios sobre su edad y condición física,

- ayyy mis pobres niñas, cuanto os queda por vivir – se dijo a si misma en voz baja-

Le dolía el pecho, sin saber si era por la risa o por su lamentable estado de salud, cerró los ojos y se relajó con las caricias del sol, era tan penetrante que la oscuridad se convirtió en un limbo color borgoña. Ese estado le hizo recordar cuando también fue joven como ellas, el día que sus padres y todo el pueblo se enteraron que un mozo con novia mancillaba su honor, en aquellos tiempos de represión e hipocresía. De la mirada de odio y desprecio que su familia, cuando supieron de su embarazo y del brebaje que le obligaron a tomar que le produjo terribles hemorragias y casi acaban con su vida, del día que la tiraron de casa sin contemplaciones, de cómo llego a la capital, llorando desconsolada llevando una minúscula maleta con poca ropa y mucho miedo, en su otra mano un papel con la dirección de una casa para entrar de criada.

A los dos años de estar sirviendo en una de las pocas tardes libres, donde se relajaba del acoso y celos que le tenía la señora de la casa, pasó por la puerta de un teatro donde hacían pruebas donde un conocido bailaor preparaba un nuevo cuadro flamenco. Siempre había sido su gran pasión bailar, lo hacía en aquellos alegres días en el pueblecito del sur donde se crió. Armándose de valor entró haciendo las delicias de todos los presentes por su belleza y talento.
Recordaba como si fuera ayer el día que llego a los estados unidos de gira a los pocos días de hacer la prueba, la libertad, la opulencia, la velocidad en la que se vivía en esas ciudades, los aplausos de un público entregado, pero sobre todo los que más recordaba y valoraba, era el respeto como persona y hacía su trabajo, jamás antes le había respetado.
Pasaron lo años y las giras por toda América, romances apasionados, regalos, fiestas y una vida acomodada y hizo que se olvidara de todo el sufrimiento vivido, empezando otra vez a confiar en la gente.

Conoció al mayor error de su vida, en una fiesta en la embajada de España en Uruguay, un atractivo joven, apasionado de las motocicletas que había llegado de la madre patria en busca de fortuna. Después llegó el accidente, que le destrozó la pierna y su carrera, estaba cegada de amor y dilapidó la pequeña fortuna que había conseguido durante esos años, en ruinosos negocios para él. Despertó un día y el joven así como casi todas las joyas habían desaparecido, los que antes se sentían honrados de invitarla a las fiestas, ahora le daban la espalda, comprendió que era ya hora de volver.

Sentía el frescor de una lágrima, que se deslizaba con dificultad por su arrugada cara, abrió los ojos acompañado de un suspiro, no podía dejar de pensar que el recuerdo de su vida se perdería como una lagrima en el mar, no tenía a nadie. Miró al frente y las vio llegar, se conocieron hace tiempo en el parque y casi todas los días hablaban, la niña corría hacia Angelita con sus ojos tan expresivos como siempre, riendo, con helado en la mano, la madre detrás sonriente también, le decía que no corriese. Definitivamente era su día de suerte, las quería como la hija y la nieta que nunca tuvo.
- Hola lita- dijo la niña sonriendo con toda naturalidad ¿quieres? Es de fresa.

- No cariño gracias, pero como eres tan buena te voy hacer un regalo- deslizo su temblorosa mano por el pecho y sacó una medalla de oro de tamaño considerable.

- Es de Nuestra Señora de Guadalupe, es de uno de mis viajes, así cuando la veas te acordarás de mí.

- No de ninguna manera, no la podemos aceptar- dijo con asombro y convencimiento la madre-

- Por favor acéptala, te aseguro que no hay nadie que la vaya echar de menos y quiero dársela, por favor, no me obligues a rogártelo – le decía mientras le entregada la medalla a la niña -

- Bueno ya lo hablaremos luego- dijo la madre con ternura-

La mirada perdida de la anciana, hizo preocupar a la madre que se levantó del banco

- Angelita ¿se encuentra bien? ¡¡Angelita!!!

La niña vio como se arremolinaba la gente alrededor de Lita, su madre lloraba mientras hablaba por teléfono, ella retrocedía despacio si dejar de mirar la escena. Sus ojos enormes se vistieron de preocupación y tristeza, mientas apretaba con fuerza la medalla dorada en su mano.

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