jueves, 20 de octubre de 2011

La antena



El brillo matutino de este sábado radiante, entra por la ventana, ella nota en el rostro la calida caricia que le anima a despertar. Abre los ojos muy despacio y esboza una sonrisa fruto de la placidez en la que está inmersa. Le despeja el agua que corre por su cara, examina el estante buscando un coletero, mientras llora por el intenso enjuague bucal, se mira al espejo y se sube el tirante de su holgada camiseta que deja ver parte de su pecho, guiña un ojo a su reflejo y sale a la cocina. Muy tarde para desayunar abre el frigorífico y pasa revista, hoy tiene tiempo y quiere recrearse. Va sacando las verduras, poniéndolas sobre la encimera formando un colorido bodegón y llena de agua la cacerola. Sale a poner música … Robert Wiliams… suena Feel e intenta que los tirantes sigan en su sitio, misión imposible, se deja llevar por la música, regresa a la cordura de cocinera y se pone manos a la obra. Vuelve abrir la nevera y ve una botella de vino blanco ¿y por que no? El vino esta fresco y sorprendido de que lo cojan, se pone una copa.
El primer sorbo estimula su paladar, es un vino Valenciano fácil de beber algo herbáceo y afrutado, el segundo sorbo un poco accidentado por el movimiento de su cuerpo va a parar a su pecho, su cuerpo reacciona a la frescura del líquido y se contrae de forma amenazante, inspira profundamente y sigue con el guiso. Pone las verduras bajo el grifo y le produce una sensación de placer al tacto, las frota suavemente como caricias, zanahorias, apio, cardo …es un mundo de texturas, duras y suaves, finas y ásperas. Las trocea y las dispone en el agua como un ritual de purificación. Se sirve otra copa, mientras le quita la piel a la gallina, la nota húmeda y blanda, ejerce movimientos rituales y rítmicos que le sumen en un estado te trance, no puede subirse los tirantes, tiene las manos manchadas y sus pechos erguidos se muestran con descaro. Levanta la vista y descubre a un antenista en la terraza de enfrente que la observa que al verse descubierto, rápidamente se ocupa en sus quehaceres, nervioso, dubitativo, como buscando una herramienta para desviar la mirada. A ella se le sube la sangre a la cara, cruza los brazos y salta fuera de su vista. El rubor se le apodera, su boca se seca e intenta olvidarse, toma otro trago de vino, ya esta todo al fuego y ahora solo queda esperar.
Sale a subir un poco el volumen, e intenta olvidar lo sucedido, pero no puede, vuelve a la ventana escondida tras una planta, ahí está. Lo examina con cuidado, no esta nada mal, el mono de trabajo lo tiene atado a su cintura, dejando al descubierto su torso sudoroso y los brillos en su cuidada musculatura le parecen hipnóticos, retorna a la realidad con el sonido del caldo derramándose, corre a bajar el fuego. Al ver su figura él gira la cabeza ruborizado, al sentirse otra vez descubierto. – vaya dos nos hemos juntado – piensa ella mientras sonríe. Pasó varias veces por delante de la ventana, ya estaba más cómoda, coge del especiero unas hebras de azafrán y el tirante se desliza nuevamente, esta vez sin oposición por su parte, deja por unos instantes su cuerpo desnudo, mientras le miraba por el rabillo del ojo, podía notar la mirada morbosa de él que la atravesaba, el libido de ella estaba a flor de piel. El aroma de la cocina la embelesaba, respiraba frenéticamente, ya no era ella, era esclava de sus instintos primarios, quería pasar al siguiente nivel. Fue corriendo al baño, se arregla el cabello, se vuelve a lavar la cara, ahora nota todo su frescor, esta ardiendo de deseo, siente desazón y un nerviosismo que hacía tiempo que no experimentaba, el exhibicionismo era algo que nunca había practicado, solo en fantasías y era algo muy placentero, estaba como poseída, la educaron para evitarlo, pero era más grande el placer que la culpa.
Al cabo de unos minutos vuelve a la cocina, con la ilusión de una quinceañera, mira por detrás de la planta, pero no se ve movimiento, se asoma a la ventana con atrevimiento…. no está, con osadía recorre toda la terraza con cara de decepción. Allí donde estaba la complicidad solo queda una antena, la miró con tristeza y observo un detalle que le produce una resignada sonrisa, al ver un corazón hecho con cables.
Puso la mesa con apatía, se sirvió el caldo y brindó al aire con el recuerdo del ángel que nunca fue suyo.
Una descarga de adrenalina recorrió su cuerpo que hizo derramar el vino al oír timbre del videoportero, vio al joven por la diminuta pantalla y abrió la puerta sin mediar palabra, le temblaban las piernas, apoyó la espalda en la puerta, no era ella, la cordura de la que siempre hacía gala, se había desvanecido, era una loba e iba a devorar a un completo desconocido.

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