jueves, 20 de octubre de 2011

Poco es mucho



Abrió los ojos y vio por entre las arrugas de su almohada, que entraba el sol con fuerza, le dolía la cabeza y su cuerpo le pedía más cama. La noche fue larga, pero ya era hora de ponerse las pilas e ir a limpiar el local.
En la ducha dejaba correr el agua por la nuca mientas estaba con la frente apoyada en los azulejos, la sensación del agua fresca lo tonificaba y espabilaba. Ya vestido con su ropa holgada, como siempre de color claro y provisto de sus gafas de sol, bajaba con tranquilidad por la estrecha calle que conducía al mar.
Al llegar vio a Maria, la cocinera, una mujer con cara de pocos amigos y un corazón que no le cabía en el pecho, que ya estaba limpiando.

- ¡¡Hombre!! Que bueno que vengas tan pronto a limpiar, es todo un detalle – le dijo con sorna- ¿te preparo un café?- le pregunto, aunque ya sabía la respuesta-

- Si , por favor – le dijo Luis mientas se sentaba en una mesa de la pequeña terraza-

Se quedó mirando el horizonte, mientras se pasaba la mano por su cuidada barba, de color grisáceo le daba un aire bohemio. Estaba recordando la noche anterior, como casi siempre, cuando todos los turistas se habían ido, se quedaba con un plantel de extraños personajes que eran sus amigos. Dos marineros del pueblo jubilados, al igual que un viejo maestro, una joven artista, con la que dormía alguna vez y otros dos jóvenes en paro, a los que siempre les invitaba a las copas. Se pasaban la noche hablando, filosofando, pero sobre todo riendo. Hacía solo dos años que llego ese pequeño pueblo de casas blancas de pescadores, un oasis aun virgen, que se había escapado de momento, de la especulación inmobiliaria. En ese tiempo se hizo de querer por todos sus vecinos, a los que el respetaba y siempre invitaba, de no ser por Maria que además de cocinar, se ocupada de administrar el pequeño restaurante, esté ya estaría cerrado.

- ¿Cuando van a traer el pescado? Y haz el favor de recogerte el pelo con una coleta – refunfuño Maria mientras se sentaba con él a la mesa-

- No sé, estarán al caer- le contesto con una sonrisa mientras se hacía la coleta-

- Todavía no sé como puedes encargárselo a esos dos viejos borrachos - sentenció Maria refiriéndose a sus amigos-

- No seas mala, no son borrachos, solo que les gusta la noche y los amigos, han trabajado como burros toda la vida en el mar y ya es hora de que disfruten, además son los que más saben de pescado, siempre traen lo mejor y al mejor precio – los defendió ante la cocinera-

- Si, pues sus mujeres están encantadas contigo, cualquier noche vienen y te atizan a ti y a ellos. Yo iba a dejar a mi Vicente, que en gloría esté, que se pasase las noches con vosotros, ja – le espeto mientras se levantaba de la mesa con una sonrisa y mirando al cielo-

Se acercaba la hora de comida y empezaban a llegar los clientes, como casi siempre en verano eran turistas, llegaban a la pequeña cala por carretera y algunos por el mar. Corría una ligera brisa, cuando escucho acercarse tres motos de agua a toda velocidad, rompiendo la calma que les rodeaba, bajaron tres parejas de mediana edad, entre risas forzadas de acercaron a la terraza del humilde restaurante. Cuando los vio entrar a Luis le dio un escalofrió que le recorrió todo el cuerpo, cuando el líder de la manada, entro a pedir mesa, lo vio y su sonrisa desapareció.

- ¿Luis? ¿Luis García Peláez? ¿Eres tú? – pregunto alzando la voz

- Si Eduardo soy yo ¿queréis mesa para comer?- le contestó incomodo

- Joder que pintas llevas jajaja , me dijeron que un día pediste la cuenta y desapareciste– le soltó con evidente aire de superioridad-

- Permitirme que os presente – dijo a sus acompañantes en tono burlón – Luis García ex jefe de la división financiera de nuestra empresa y ahora por lo que veo, hippie - dijo esperando las risas de sus acólitos –

- Encantado chicos, pero sentaros por favor, ahora os traigo la carta – les dijo cortésmente, mientras clavaba su mirada a su conocido, habían pasado cuatro años y seguía siendo igual de gilipollas –

- ¿Conocías a Nuria mi esposa? – le dijo con una falsa sonrisa -

- No, si la hubiera conocido antes, te aseguro que la recordaría, de echo no creo que la olvide nunca – le respondió sonriendo, mientras le besaba la mano y clavaba su mirada en sus bellos ojos – la mujer no pudo contener una pequeña risita y una mirada de sorpresa y agradecimiento.

El líder vio horrorizado como había perdido el mando de la situación y se apresuró a organizar la ubicación de los comensales. Luis entró al local y mientras abría una botella de vino, no pudo evitar recordar aquel tiempo, que gracias al pequeño pueblo pesquero ya casi había olvidado. A ese pobre proveedor que entró un día a su despacho con la foto de toda la plantilla de su empresa familiar y que él en una maravillosa estrategia empresarial había llevado a la ruina. Recordaba con dolor las lágrimas de aquel hombre menudo, su impotencia y su drama familiar, dejó de ser un número, tenía rostro, una vida, una historia y él acabo con ella. También las felicitaciones del presiente de la empresa, en la comida que tenia la directiva los viernes. Ese hombre fue su revulsivo, su piedra roseta, con la que pudo leer la vida de otro modo, luego vino, el insomnio, el divorcio, los viajes, la incertidumbre y al final la paz en este pueblecito.
Al llegar a la mesa con el vino vio a los tres hombres de pie al teléfono y sus mujeres mirándolos con frustración. Cuando empezó a servirles ellas clavaron la mirada sobre él, sus miradas cambiaron y sus sonrisas eran evidentes, él las miraba con complicidad

- Cambio de planes nos tenemos que ir- dijo el líder a las mujeres con autoridad –

Los dos hombres asintieron con la cabeza como buenos subordinados y ellas desoladas se miraban entre ellas, levantándose con desgana.

- Cóbrate el vino, nos vamos, ya sabes como funcionan estas cosas ¿verdad? – le dijo el líder a Luis en tono irónico-

- Tranquilo invita la casa – le contestó mientras miraba a las afligidas mujeres-

Vio alejarse al grupo hacia las motos de agua y la sonrisa de Nuria cuando se giró hacía él desde la playa. Luis volvió otra vez a su mundo y con el trabajo de servir las mesas intento no pensar en lo sucedido. Maria desde la cocina se dio cuenta que esa visita le había tocado. Pasaron las horas, la noche era tranquila, no había muchos clientes y sus amigos iban llegando poco a poco, como siempre uno de los jóvenes empezó a tocar la guitarra suavemente, que entre el rumor de las olas, el brillo de la luna y el aroma a jazmín y salitre, hacia el complemento perfecto, lo cual provocó que alguno de los clientes que estaban dispuestos a irse, se quedaran a tomar una copa para disfrutar de ese momento. Maria salió de la cocina y se despidió para irse a casa, no sin antes dedicarles una mirada fulminante a los amigos, éstos la despidieron con una sonrisa picarona y con algún guiño de ojo, cosa que la enojaba y ellos lo sabían. Luis como siempre la acompañó hasta la plaza donde vivía con su hija, muy cerca del local, le dio un beso de buenas noches, como se le da a una madre y le prometió que no cerraría tarde, algo que ella sabía que no iba a cumplir.
Llego a la terraza frotándose las manos con ganas de una copa y vio a todos los amigos callados, algo que no era habitual a esas horas, al entrar lo miraron fijamente, para luego mirar al rincón, cuando Luis giró la cabeza la vio.
Allí estaba Sonia envuelta de gasa blanca, que hacia resaltar su bronceado, el cabello se deslizaba por sus preciosos hombros y lucia en el cuello una pequeña cadena con una perla en el centro. Estaba de pie, algo incomoda por que todos los amigos estaban en silencio admirándola. Al verlo entrar ella suavizó la tensión y se quedo más tranquila, él la cogió de la mano llevándola al final de la terraza donde empezaba la arena.

- ¿Qué haces aquí sola? – le dijo con preocupación y sorpresa –

- Él y su equipo han tomado un vuelo, para ir a la oficina, a no sé que crisis que tienen, yo no estoy dispuesta a quedarme encerrada en el hotel como siempre y malgastar las vacaciones – le comento afligida- La verdad no sé que hago aquí, pero no conozco a nadie, bueno a ti si, mi marido no ha hecho otra cosa que habar de ti todo el día y quería saber tu versión, tu historia, me parece fascinante – termino de hablar con una sonrisa tan sincera como bella-

- Bueno no hay mucho que contar – le respondió desconcertado – pero espera que te voy a presentar a mis amigos, que son parte de mi historia- volvieron a dirigirse al interior, haciendo que cesaran los murmullos que oían a lo lejos.-

- ¡¡Amigos!! Os quiero presentar a Nuria, una amiga de toda la vida, - mintió a los amigos, mientas se sentaban a la mesa-

A la hora estaban todos riendo, ella se integro perfectamente en el grupo, reía como hacía años que no lo hacia, risas sinceras con gente sincera, gente buena. Ya casi no recordaba lo que era sentirse bien, solo por el placer de una buena compañía, sin alardes de superioridad, ni envidias, ni batallitas de trabajo, solo con el placer de compartir las más variopintas experiencias, y en eso los viejos amigos eran unos maestros.
Pasaron las horas en un instante, ella sentía agujetas en las mejillas de tanta risa, no estaba acostumbrada, hacía tiempo que ya había ido al servicio a lavarse la cara, pues se le había corrido el maquillaje por las lágrimas, con la cara lavada aun estaba más bella, natural y cercana. Poco a poco los amigos se fueron retirando y despidiéndose efusivamente de semejante belleza, partían con paso lento hacía la calle, conteniendo las risas para no molestar a los vecinos. Al fin se quedaron solos, él la cogió de la mano y mirándola a los ojos le pregunto.

- ¿Y ahora qué? ¿Cómo vuelves a hotel? – dijo con serenidad –

- El taxista que me trajo, me dio su teléfono, pero no tengo la intención de despertarlo al pobre a estas horas ¿tienes una cama para mí en tu casa? – le pregunto con aire despreocupado –

- Solo tengo la mía, es un casita muy pequeña – le respondió con una sonrisa picarona –

- Bueno solo nos hace falta una ¿no crees? – le dijo con complicidad, mientras le daba una suave caricia por su barbilla –

El camino hacía la casa se hizo lento, como en un vía crucis, paraban en cada farola y esquina a besarse y abarcarse, perecía que se estaban comiéndose a besos. Ella sentía el frescor en su espaldad, de las paredes encaladas de las viejas casas, las caricias, su perfume, experimentaba sensaciones ya casi olvidadas.
Su casa en efecto era muy pequeña, llena de libros caóticamente amontonados, una minúscula cocina y una habitación al fondo, le llamó poderosamente la atención que no tenia puerta solo una cortina con bolitas de cristal, era como una cascada multicolor, le preguntó donde estaba el baño y se dirigió a el. Se sorprendió gratamente, por la limpieza del mismo y lo bien decorado que estaba, nada que ver con el resto de la casa.
Luis estaba tendido en la cama a oscuras, el blanco de su ropa interior resaltaba a la luz de la Luna que entraba por la ventana, en ese momento la cortina empezó a brillar por el movimiento, como los reflejos del sol en un estanque. Allí estaba ella de nuevo, de pie entre brillantes bolitas de cristal, pero sin duda era ella, la que más brillaba, la desnudez de su fibroso cuerpo, emergía entre sombras, provocando una imagen que él jamás podría olvidar. Al murmullo de una noche de verano en la costa, se añadían los sonidos de los gemidos, las caricias y los besos, el mar amortiguaba la sonoridad de la pasión. Ella se asombro de la flexibilidad de sus posturas, de recordar que el sexo es extremadamente placentero, estaba desinhibida por completo y dio rienda suelta a sus fantasías. Disfrutó con los cinco sentidos, las terminaciones nerviosas de su piel sentían lo indecible al tacto, la vista de sus cuerpos entre sombras la excitaba aun más, el sonido de sus respiraciones la cautivaban, el perfume a hombre y a salitre la extasiaba, saboreaba gustosa cada milímetro de su piel. Perdieron la noción del tiempo y del espacio, estaban sumidos en un bucle de sensaciones y de placer. Se desplomaron jadeantes sobre la cama, sudorosos y agotados, no mediaron palabra alguna solo se miraban, no hacía falta decir nada, solo inspirar profundamente el momento y convertirlo de efímero a eterno.

Abrió los ojos y vio por entre las arrugas de su almohada, que entraba el sol con fuerza, esta vez no le dolía la cabeza, pero su cuerpo le pedía más cama. Ella seguía allí, no fue un sueño, Luis se levanto despacio, tapo su desnudez con un con un bóxer negro, se dirigió a la nevera a por zumo y arranco una flor de jazmín del que crecía en la entrada de su casa. Ya sentado de nuevo en la cama, acariciaba suavemente los labios de ella con la pequeña y aromática flor, hasta que abrió sus ojos y sonrió. Aprovecho para darle el zumo y se marcho abrir el resto de ventanas.
Ella lo veía esquivar los libros para acceder a la persiana, lo miraba descaradamente, el recuerdo de esta última noche, era más dulce que el almibarado zumo que estaba bebiendo. Ya le había sido infiel a su marido alguna vez por despecho, cuando se enteró de alguna aventura de él con becarias de la empresa, pero esta era la primera vez que no se sentía sucia y culpable. Lo seguía con la mirada y sonreía. Se incorporó y se acomodó sentada en la cama, apoyada en el cabecero y enrollada por la sabana.

- ¿sabes? Te envidio – le dijo Nuria con una sonrisa –

- ¿A mí? – contesto Luis con sorpresa - ¿Por qué? – le pregunto mientras se hacía la coleta -

- Por queee – quedo pensativa y se apresuro a decir – por como vives, por tus prioridades, por tu serenidad, por tus amigos. Tienes mucho con poco.

- Si es cierto, tengo mucho, pero no te equivoques no es poco vivir la vida, sin avaricia, sin prisas y rodeado de buena gente. – le decía mientras se sentaba frente a ella en la cama – He estado en los mejores hoteles, en los mejores restaurantes, he vivido con todos los lujos, siempre rodeado de falsedad e hipocresía, consciente o inconscientemente haciendo daño a la gente y los que me rodeaban. – tragó saliva y ahora con la mirada perdida continuó – ¿Te acuerdas de Agustín? El viejo marinero de anoche.

- Si – respondió fascinada por lo que decía Luis-

- Ese hombre perdió los tres dedos de la mano y casi la vida, por salvar a su compañero, en una tormenta en el mar –seguía esquivando el cruce de miradas – Yo antes jamás moví un dedo por nadie, vi a muchos perder sus empleos por una mala gestión, sabiendo lo que iba a pasar, me gustaba verlos caer, no tener competencia en ese absurdo juego que era mi vida.

Ella cogió su cara con suavidad hasta cruzarse las miradas, tenia los ojos brillantes de emoción después de hablar, estiro su brazo y lo acomodó entre sus pechos con aire maternal. Volvió el silencio, Nuria notaba que él se aferraba a su cintura, como un niño asustado.
Pasaron un rato en silencio, pero ya era hora de terminar con el sueño que estaban viviendo, ella tenía que ir al hotel y el a continuar su vida. Terminaron de vestirse y ella llamó al taxi, mientas esperaban en la puerta, algunas vecinas pasaban ante ellos y los saludaban con sonrisa maliciosa, sabedoras por la sonrisa de Luis que había sido una buena noche.

- ¿sabes?, es fácil acostumbrarse a esto – dijo ella con la mirada perdida ahora en el horizonte –

- ¿Lo dejarías todo? – le pregunto escéptico- ¿dejarías ir de compras, el spa, los cócteles, los estrenos de la opera en el palco, el hipódromo y todas las actividades de tu agenda?

- No lo sé, no creo – se sinceró Nuria – pero tal vez llegue un día qué todo eso me sepa apoco.

- Es cierto, como decía la canción ..la vida te sorpresas, sorpresas te da la vida … y sino que me lo digan a mí – dijo sonriendo para aliviar la tensión del momento –

La vio partir en el taxi, pudo notar el beso que le mando desde el interior, respiro profundamente, vestido con su ropa holgada, como siempre de color claro y provisto de sus gafas de sol, bajaba con tranquilidad por la estrecha calle que conducía al mar. Al llegar vio a Maria, la cocinera.

- ¡¡Hombre!! Que milagro que vengas tan pronto a limpiar, es todo un detalle – le volvió a decir con sorna. – te doy a poner el café vaya carita que traes hoy.

- Maria que haría si ti – le dijo suspirando Luis con los ojos brillantes – Ven aquí dame un abrazo.

Maria lo abrazó, como solo las madres saben hacer, estaban en silencio, con los ojos cerrados e inspirando profundamente, a lo lejos se oían las risas y el cachondeo de los dos viejos marineros que traían el pescado, al verlos abrazados
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